Me encanta. Me encanta abrir los ojos y estar en otro lugar. Bueno, me encanta cuando el otro lugar no es el asiento del Metro, o la mesa de la oficina. En este caso, suena el despertador temprano (madrugamos más de vacaciones que trabajando, pero llamadnos locos, nos gusta madrugar en vacaciones y lo odiamos para ir a trabajar, raritos que somos, oye…). Lo dicho, suena el despertador y, tras remolonear ligeramente, nos hemos duchado y vestido en un pis pas. Sí, estamos en Kempten, Alemania. Y sí, empieza un nuevo día, con grandes planes. Tras el desayuno en el hotel, emprendemos el camino.
Sí habéis llegado aquí sin leer la entrada anterior, es nuestro segundo día de una pequeña escapada por Baviera y el plan de hoy es el siguiente: Castillo de Neuschwanstein, Castillo Hohenschwangau, Alpsee y Füssen.
La zona de los castillos está a unos 40 minutos de Kempten (38 km). El Castillo de Neuschwanstein, también es conocido con el nombre del Castillo del Rey Loco, y así entre el “pueblo llano” como el Castillo de Disney.
En la zona donde se encuentra este castillo hay varias cosas que ver. El Castillo de Neuschwanstein, el Castillo de Hohenschwangau, los museos bávaros y el Alpsee, se encuentran en la misma zona. Ambos castillos son visitables en su interior. Nosotros elegimos Neuschwastein para visitarlo por dentro ya que, como hemos comentado, este corto viaje tenía como objetivo principal disfrutar de los paisajes de la zona.
Respecto a la visita al castillo os comentamos un poco como fue en nuestro caso. Esta fortaleza, junto con el otro castillo, es uno de los destinos estrella para el turismo en la zona, con lo cual está bastante demandado. Tenemos entendido que en temporada alta lo mejor es llevar una reserva previa, os dejamos la web. Nosotros, a pesar de ir en sábado, como era una temporada “normal”, lo que hacemos es acercarnos a primera hora de la mañana a probar suerte.
Desde el parking, se llega al edificio donde se venden los tickets. Ése es el único sitio donde se pueden adquirir las entradas, por eso, es importante que, antes de empezar a dar saltitos por la zona, hacer fotos y distraeros, os acerquéis allí, porque las visitas son con hora. Es decir, allí te venden una entrada para la siguiente hora disponible, y los castillos están a un paseo de la caseta de venta de tickets. Así que lo primero, a comprar las entradas. Nosotros no encontramos apenas gente…
A la hora de comprar las entradas existen diferentes modalidades, puedes adquirir solo para un castillo, para los dos, o para un castillo y los museos bávaros que también están allí. Existen varias combinaciones, os dejamos de nuevo el enlace para que vosotros lo podáis consultar actualizado. Nosotros, simplemente, cogemos la entrada para Neuschswantein, que son 12 euros por persona.
Una vez comprados los tickets, nos han dado más o menos la visita para una hora después, así que caminamos un rato, seguimos el camino recto hasta llegar al Alpsee. El Alpsee fue nuestro primer lago de la zona de los Alpes, y la verdad que nos conquistó, nos engatusó y nos robó un cachito de nuestras pupilas para siempre. Había, no solo muchas montañas, sino también mucho otoño, mucha tranquilidad, mucha belleza… Pensar que en verano en ese lago se baña la gente, en aquel momento, mientras lo mirábamos, no se nos habría ocurrido. Este verano, pudimos comprobar que, en los Alpes, esos lagos son muy muy disfrutables y refrescantes. El Alpsee tiene que ser un buen lugar también.
En ese momento no nos entretenemos más allí, desde abajo hasta subir al castillo hay un paseo y no queremos llegar tarde. Para subir hasta el castillo habrá unos 25 ó 30 minutos más o menos por un camino amplio y cuesta arriba, sin exceso, que te conduce por una zona boscosa hasta la fortaleza.
Se puede acceder a pie, y se puede acceder en coche de caballos. Nosotros, de golpe tenemos ganas de hacer una turistadilla, y nos subimos en el coche de caballos, junto con 6 personas más y un perro. Todos cabemos allí. El precio de la gracia, 6 euros persona. Nos parece razonable para darle un poco de “turisteo” al viaje, por si no tenía suficiente. Estas cosillas, a veces hay que hacerlas.
La verdad que nos sentamos, nos toca de espaldas, y vamos escuchando el ruido de las herraduras de los caballos sobre la pista y, poco a poco subiendo, entre los árboles, y dejando la gente a un lado. Estaba bonito el paisaje, los colores ocres, las hojas caídas, el día soleado, aunque en esa zona tiende a ser algo sombrío.
En unos 10-15 minutos, que el caballo se lo toma con calma, estamos arriba (cierto que no dejábamos de ser 6 + “la cochera” ). El carruaje te deja a unos 5 minutos a pie del Castillo. Desde ese punto, hasta la hora de entrada al castillo tenemos unos 20 minutos para hacer unas cuantas fotos del exterior.
Cuando planificas este viaje, el “Castillo de Disney” lo ves un imprescindible en tu visita. Hay unas imágenes por la red, que te dejan sin aliento. Cuando estás llegando al castillo, lo que viene a ser la forma de “Castillo de Disney” no la visualizas, ya que depende desde qué perspectiva lo saques, se parece más o menos. De hecho, desde la que realmente parece el castillo de la Bella Durmiente es desde el lateral de la entrada en la distancia, y ahí no sabemos cómo se puede llegar.
Desde la entrada del castillo se puede observar en la distancia el Marienbrücke, donde se obtienen unas bonitas vistas de la fortaleza, un puente al que os aconsejamos que os acerquéis a la salida de vuestra visita, o bien antes si contáis con tiempo. El camino al puente sale desde el castillo, lo encontraréis señalizado. Muchas veces, por unos motivos u otros, se encuentra cerrado, generalmente por la nieve pero por ejemplo, actualmente y hasta el 15 de noviembre, lo está también por desprendimiento de rocas. Por lo visto existe algún acceso alternativo o hay quien se salta las indicaciones. En nuestro caso, no hizo falta, ya que estaba perfectamente accesible.
Pongamos un poco en situación esta fortaleza. Luis II de Baviera era el famoso “Rey Loco”. Con los reyes no debemos juzgar por sus “sobrenombres”, no hay más que pensar en “Felipe el Hermoso”...
Luis II de Baviera era hijo de Maximiliano de Baviera y su directo sucesor en el trono. Pero Luis no estaba especialmente motivado a llevar consigo esta función. Dicen que Luis II era un ser especial, con una desarrollada sensibilidad por el arte y la música y con un carácter excéntrico que hacía que la gente de su entorno le molestara. Parece que su infancia no contó con mucho cariño y él mismo se fue aislando, hasta llevar ese aislamiento a extremos insospechados. Pero llegó el día que Luis II tuvo que reinar, tenía 18 años.
Sentía absoluto rechazo por la política, los ministros, sus funciones. Él seguía en sus sueños románticos y en su vida solitaria. Con Wagner tuvo una relación estrecha y, gracias a ello, muchas de sus obras se estrenaron en Munich. Aunque acabaron separados por conflictos políticos, el rey dedicó muchos de sus esfuerzos a facilitar y favorecer la vida del compositor.
El pueblo quería a Luis II. Era un rey preocupado por las artes y poco dado a los conflictos bélicos.
Luis II pensó en aprovechar su posición para construir esas cosas que a él le evadían a los otros mundos, construir sus sueños a través de castillos o palacios. Así, se planteó la construcción en el s.XIX del Castillo de Neuschwanstein. Una fortaleza que en aquellos tiempos no tenía mucho sentido estratégico pero que para el Rey tenía que ser una especie de palacio romántico llevado a sus máximas posibilidades. Era la forma de dar salida a su forma de ver la vida.
Gastó lo que tuvo que gastar y, a su alrededor, empezó a tener grandes enemigos. Permanecía en el castillo, entre sus paredes, hasta que empezaron a amenazar embargos y su derroche no parecía terminar. Lo diagnosticaron como loco para que pudiera ser incapacitado para gobernar y murió ahogado en un lago, junto con el psiquiatra que lo diagnosticó, sin tener muy claro el porqué de ese final ¿suicidio, asesinato o ambos?…
Y ahí deja este castillo, en un enclave espectacular, sobre el desfiladero de Pollat. El lugar elegido tiene un sentido, no llegó allí al azar, el Castillo de Hohenschwangau, que está al lado y podréis visitar si deseáis, o solo observar desde fuera, fue rehabilitado por su padre Maximiliano II de Baviera a principios del s.XIX y Luis disfrutó mucho de ese paisaje. Desde luego Luis II estaría loco, pero tonto no era… Es un lugar precioso.
Bueno, contada un poco por encima la Historia, empezamos la visita al castillo. Allí te dan unas audioguías en tu idioma y vas siguiendo las visitas por las diferentes estancias, donde no se pueden sacar fotos.
En el interior se combinan diferentes estilos, diferentes piezas mobiliarias de gran interés y curiosidades que derivan de ser un castillo construido en tiempo modernos. Y entendernos cuando decimos esto, una época en la que ya no se construían castillos. Aquí tuvieron el primer móvil de la historia, tenían luz, agua corriente…
6.000 m2, que se divide en cientos de habitaciones, salas… Un palacio que cuando murió el rey, no vio terminado; en total, se tardó 17 años en hacerlo.
Lo mejor es que disfrutéis con su visita, desde las que, por cierto, se obtienen unas bonitas vistas del entorno.
Y la curiosidad que ya todos conocemos es que este castillo fue la inspiración de Walt Disney para su castillo de la Bella Durmiente, que ya está unido para siempre con la marca.
Tras la visita al castillo nos vamos hacia el Marienbrücke. Este puente está caminando cuesta arriba a unos 15 minutos del Castillo del Rey Loco. Lleva el nombre de la madre de Luis II, que era María de Prusia, y lo mandó construir su padre Maximilano II de Baviera. Bajo el puente, una cascada y de frente una preciosa imagen del castillo, de la que advertimos que durante la mañana caen unas sombras importantes…
Vertiginosa sensación desde ese puente, al que uno se agarra temeroso cuando avanza a través de él y se hace hueco entre otras tantas personas con tantas ganas como tú de hacer “el fotón”. Totalmente recomendable subir al puente, si está abierto.
Pasamos muchísimo tiempo allí arriba, y desde ahí iniciamos la bajada a pie, que antes habíamos hecho en coche de caballos a la inversa, en un agradable paseo que nos llevaría unos 20 minutos en total.
Nos dirigimos al Alpsee. De camino, observamos el Castillo de Hohenschwangau, el castillo que reconstruyó Maximiliano II de Baviera y desde donde Luis II disfrutó de los paisajes en los que soñó, y consiguió, construir un castillo casi de fantasía.
Y de nuevo, el Alpsee ante nuestra vista, con los colores del sol del mediodía y los mil naranjas de un otoño. Estamos un buen rato por los alrededores. Existe un camino para rodearlo pero nosotros caminamos primero por uno de sus lados sólo durante un rato largo. Fotos, charla, un momento sentados en su orilla para abandonar este espacio de realeza y fantasía y partir hacia Füssen.
Pero aún no hemos comido y ya es la hora de tomar algo, de hecho, allí ya es la hora de haberlo tomado hace un rato. Muy cerca del castillo hay un puesto en el que venden salchichas (de diferentes tipos y pan). No hay tiempo de pensar. Unas patatas, unas salchichas y estamos servidos. La mujer no resulta ser el icono de la simpatía, la verdad.
Nos las comemos en la calle, sentados en unos bancos, que hay al lado, aprovechando los rayos de sol. Pero al respirar se puede ver el vaho en el ambiente, hace más fresco del que parece y, cuando acabamos, tenemos las manos frías. Nos gusta.
Füseen está a escasos minutos de los castillos. Cuando llegamos, vemos una calle en la que se puede aparcar aparentemente, aunque está marcada con líneas de parquímetro.
Preguntamos a un hombre que nos aclara que los sábados por la tarde se puede aparcar sin pagar. Lo hacemos a escasos metros de la entrada a la zona peatonal.
Füssen está considerada una ciudad romántica, hacemos la entrada por su calle principal, Reichenstrasse. Nos resulta muy pintoresco. Esa arquitectura tan diferente a lo que estamos acostumbrados, fachadas planas, coloreadas y pintadas… Nos llama la atención lo tranquilo que está todo, es sábado y no hay demasiada gente por la calle, los comercios, eso sí, aún están abiertos.
La calle termina en la plaza en cuyo centro hay una escultura del patrón del lugar. Luego, nos vamos sumergiendo, primero en las calles que salen a la izquierda desde allí, y después a la derecha.
Encontramos el Castillo Alto (Hohe Schloss), cuya fachada cuenta con una especie de trampantojos que se ven en la zona que pretenden dar una sensación tridimensional a las ventanas. El origen de este castillo, se remonta a hace muchos siglos.
Entonces Füssen formaba parte de la Vía Augusta y los obispos de Augsburgo construyeron su residencia de verano aquí. A ella pertenece la Torre del Reloj.
El Monasterio de St Mang, también nació como segunda residencia. Un monasterio benedictino que acoge el museo de la ciudad y se encuentra en su interior el fresco más antiguo de toda Baviera.
Nosotros, en la tarde del sábado, nos dedicamos a pasear en todos los sentidos posibles por el casco de Füssen hasta que casi hemos agotado sus rincones, el empedrado de las piedras y las fachadas de colores.
Nos volvemos a Kempten, en 30 minutos estamos de nuevo allí, listos para cenar y darnos un paseo nocturno al terminar.
Aquí, “el que no escribe” me lleva ese día a un local para comer comida típica de Baviera. Me promete camareros vestidos con sus pantalones, camisas y medias y camareras con corpiños ajustados, realmente me preocupa lo ajustados que van, y sus faldas con vuelo.
El local elegido está al lado de la Residenz y es algo ruidoso pero agradable. Mesas de madera, luz anaranjada y platos abundantes (como allí saben) que bailan junto con las jarras de cerveza de lado a lado ¿Qué cenamos? Codillo y una patata asada gigantesca con salsa y relleno que pensé que nunca nos terminaríamos. Pero no hay que infravalorar nuestra capacidad, cuando menos lo esperas ¡Zasca! hemos acabado con todo.
Lo bueno de las cenas tempraneras es que luego tienes tiempo de pasear para bajarlas. Así, que, casi como si estuviéramos solos en la ciudad, nos perdemos por la plaza donde estaban montando el mercadillo de Navidad que abrirían tan solo unos días después y yo no vería (al menos, me libré de probar el vino caliente, típico de la zona en invierno, “el que no escribe” sí tuvo que pasar por este “trago”)…
De ahí, nos dirigimos ya al hotel, con las manos y la cara bien fresquitas. Al día siguiente, domingo, teníamos variados planes, algunos se irían frustrando de forma consecutiva, pero el resultado final no estuvo nada mal… toca paisajes y naturaleza…
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