30 de marzo de 2019

17 días en Bretaña y Normandía. Día 12: Mont Saint-Michel - Brittany American Cemetery - Bayeux

¿Tienes planes hoy?
Amanecemos en la “casita de los Alpino”, en los alrededores de Mont Saint-Michel (si habéis llegado a esta entrada sin leer la anterior, os recomendamos que le echéis un vistazo para saber a qué nos referimos, básicamente, se trata de nuestro alojamiento peculiar). El que no escribe siempre se pide “segun” para ponerse en marcha e ir al baño y aquel día era más duro que en otras ocasiones ser la líder de ese momento cruel. Había que bajar las escaleras malditas, cruzar un patio y, por fin, llegar a la ducha. Todo un derroche de energía para estar recién levantados.


Tras pasar por este trance, los dos nos encontramos en el saloncito al anfitrión dejándonos el desayuno sobre los tapetitos de ganchillo. Todo muy encantador. Ellos se tenían que ir, pero no faltaba detalle entre croissants, tostadas, fresas, zumo, café de máquina. Habíamos quedado a las 08:30, pero con tanto trasiego nos habían dado las 09.00 (muy españoles).

Después de desayunar, procedemos a tirarnos algunas cosas desde la planta de arriba a la de abajo, ya le habíamos pillado el truquillo. Y nos vamos, pensando que seríamos de los primeros, hacia el Mont Saint-Michel, para visitar su abadía.

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El día anterior tuvimos tiempo suficiente para visitar todos los exteriores, pero nos quedaba esa parte pendiente. 

A las 09:30 estamos aparcados en el parking del Mont Saint-Michel, 12 euros de aparcamiento. En poco tiempo llega el autobús que nos lleva desde el aparcamiento hasta la pasarela de entrada al monte. 


Según nos vamos aproximando, se nos va erizando el vello, una enorme fila sale desde la entrada a la zona intramuros. Eso no se parecía en nada a la experiencia de la tarde anterior. Ahí que se pone el que no escribe a acelerar el paso a unos ritmos insospechados, porque un segundo perdido podían ser 20 personas más por delante. Si queríamos una experiencia completa, la íbamos a tener.

Lo cierto es que en 10 minutos estábamos dentro y por la calle se podía andar con bastante fluidez. Respiramos de nuevo.



Cuando llegamos, la marea estaba baja, se esperaba la pleamar hacia las 11 de la mañana. Así que nuestro plan era visitar la Abadía y estar fuera del Mont Saint-Michel antes de que el agua llegará a su puerta.

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La entrada a la Abadía, con audioguía, en agosto de 2018, era de 10 euros. Como comentamos en la entrada anterior en verano, los horarios de visita se amplían hasta la noche. Que podíamos haber aprovechado para verla, pero estábamos tan hipnotizados con el lugar que no nos apetecía más que  mirarlo desde fuera y pasearlo.


Estar a los pies del Mont Saint-Michel es muy impactante, mucho más de lo que pensábamos antes de ir allí, a pesar de haber oído hablar millones de veces de él. 

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La historia de este lugar se remonta al año 708. Entonces comienza la construcción del primer santuario consagrado al Arcángel San Miguel, ni más, ni menos. Abrazado por unas mareas que parecen mágicas, haciendo que el agua aparezca y desaparezca, hasta 14 metros, en cuestión de escasas horas. 

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Durante siglos, son muchas las historias que han sido protagonistas en el monte. De templo religioso a fortaleza defensiva, hasta llegar al abandono y una restauración intensa, cómo no. Durante determinados días del año, el Monte se convierte en una isla. El verano pasado ocurrió dos días antes de nuestra visita (os dejamos horarios de las mareas).


En 2019 serán estas fechas las afortunadas: del 21 al 24 de enero / del 19 al 23 de febrero / del 20 al 24 de marzo / del 18 al 21 de abril / del 18 al 19 de mayo / del 4 al 5 de julio / del 1 al 4 de agosto / del 30 de agosto al 3 de septiembre / del 28 al 30 de septiembre.

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Visitamos el interior de la Abadía, la verdad es que nos gustó mucho. Se sigue un circuito marcado. Muy recomendable.

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Desde el interior, en la parte más alta, vemos como la marea va subiendo e intuimos en ese momento que se nos iba a pasar la hora para estar fuera con la marea alta, pero no quisimos tampoco acelerar demasiado y seguir disfrutando de la visita.


Cuando terminamos la visita a la Abadía y salimos a las estrechas calles es cuando de verdad somos conscientes de la dimensión de las palabras de todos aquellos que dicen que el Mont Saint-Michel está muy masificado. La tarde noche anterior estuvimos muy tranquilos en la visita y la primera hora de la mañana, a pesar de la fila inicial de acceso, por dentro seguía estando relativamente bien. Pero alrededor de las 11 de la mañana eso era una procesión.

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Muy agobiante, por suerte, nosotros ya nos marchábamos, pero desde aquí os recomendamos, de verdad, que intentéis cuadrar la visita o para la tarde, noche o para muy primera hora de la mañana. Si no os queda otro remedio que ir en horas centrales, mucho ánimo y paciencia.


Cuando salimos al exterior, el mar había retrocedido unos cuántos metros ya ¡qué pena!. Al menos el sol quiso asomar un poco, porque el día amaneció bastante oscuro. Nos quedamos un rato sacando las últimas 5.000 fotos, todas iguales, y continuamos nuestro camino.

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A 25 kilómetros de distancia desde Mont Saint-Michel se encuentra el Brittany American Cemetery. Nos adentramos en la Normandía del Desembarco de la II Guerra Mundial, la que trae al presente y saca de los libros de textos a lugares tangibles episodios negros y tristes de la historia.

En este cementerio reposan los restos de 4.405 soldados americanos que dejaron sus vidas en campañas sucedidas en el año 44, en la Segunda Guerra Mundial en la zona.

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Se encuentra en Saint-James. Frente a la entrada, hay un aparcamiento que a la hora que llegamos se encontraba vacío, a excepción de otro coche, además del nuestro. Que fuera la hora de comer, igual, algo tendría que ver.

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No imaginamos cómo nos impactaría tener ese panorama ante nosotros. Las más de 4.000 cruces, entre las que se mezclaban las cruces clásicas. con las de terminación en la Estrella de David, para los soldados judíos. Todas iguales, sin ornamentación alguna, exactamente iguales para soldados rasos que para mayores rangos. Los muros con los nombres de cada una de las personas que habían caído en el conflicto bélico, el silencio, la soledad.

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Un memorial en honor a todos ellos y dentro de la iglesia unos paneles ilustrativos de las ofensivas y cómo se desarrolló el conflicto bélico.

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 El cementerio se ubica en el mismo punto que, en 1944, se ubicó el cementerio temporal americano.

Nos vamos de allí un poco tocados, al final entre unas cosas y otras estuvimos 50 minutos dentro. En el coche mientras que el que no escribe conduce voy leyendo algunas cosas relacionadas con la II Guerra Mundial, el Desembarco de Normandía, etc. 


Y entre unas cosas y otras el tiempo se echa encima, no vemos un sitio donde comer, no nos apetece comer en el coche y se va mascando la tragedia por momentos.

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Nuestra siguiente parada, inicialmente, iba a ser una Batería Militar. La Batería de Azeville, un poco retirada, pero de la que teníamos buenas referencias para visitarla. En el camino habíamos parado en un supermercado, viendo que el tiempo se echaba encima, para hacernos con unas ensaladas y algo de fruta, y acabamos comiendo en una área de servicio. 

Un área de servicio donde no estábamos solos, porque las áreas de servicio durante nuestro viaje por Francia tienen mucha actividad. Esta no sería la mejor que encontramos, pero tenía su encanto, principalmente, si solo mirabas hacia el frente. Había como una especie de maizales y parecía que estábamos en algún lugar idílico, ahora si girabas la vista atrás, una gasolinera y la autopista nos respaldaban. Obviemos esa parte y quedémosnos con los maizales y nuestro postre creativo, tras las ensaladas, nos esperaba una chocolatina viajera, de esas que habían recorrido kilómetros con nosotros y se había convertido en chocolatina deconstruida, que fue un show comer. Pero ¡qué rica estaba al lado de esos maizales (suponiendo que lo fueran y obviando la cercanía de la autopista).

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Vale, pues seguimos, vamos a la Batería ¿no? Pues no, no vamos, decidimos cambiar de plan, porque era un poco tarde, estaba lejos y pensamos que podríamos encajarla mejor en el día siguiente. Así que decidimos ir al otro cementerio, el más conocido de la zona, el Cementerio Americano. Ponemos la nueva dirección en el GPS y a los 10 minutos decidimos que tampoco, que nos encaja tambien para el día siguiente. Ay, ay, ay que se va a empezar a notar que estamos en el día 12 de un viaje sin pausas, que empezamos a procrastinar… Pues sí, lo hacemos, y nos salió bien.

Decidimos finalmente ir a Bayeux, donde vamos a pasar dos noches. Aquel día, no cuadra tomarnos nuestro café de viejóvenes reconstituyente y, en el coche, vamos notando el sopor que no faltaba a su cita cada día a esas horas.

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El alojamiento elegido es el Logis de Saint Jean. Bien ubicado para disfrutar de la ciudad a pie, aunque no tiene aparcamiento. En la dirección que llevábamos marcada aparece un hotel en el que pone “Logis” con una entrada muy coqueta. Nos miramos desconfiados, no recordábamos que tuviera una entrada tan vistosa en las fotos. Entramos y damos nuestro nombre, no aparecemos. Y en cuestión de menos de un minuto se aclara todo cuando la recepcionista con su dedo nos indica que es en la puerta “minúscula” de al lado, ese es nuestro nivel.

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Alojamiento peculiar también. La anfitriona encantadora, está muy emocionada con que seamos españoles, enseguida, nos dice que habla un poco de español, que sabe decir “una cerveza, por favor”, perfecto, justo la frase que necesitamos que sepa. Nosotros sabemos decir en francés “une carafe d'eau” (una jarra de agua). Empatados. Hablamos un rato en inglés sin mayor dificultad y nos lleva a enseñarnos la habitación. Entramos en una especie de corrala y oh… escaleras de nuevo, ahí vamos como dos sherpas escaleras arriba.


Cuando entramos, mi vista se dirige rápidamente al sofá. Tengo un sensor para detectar elementos perturbadores en las habitaciones. El cojín de gatito con lentejuelas no podría volver a salir de mi mente hasta que dejamos el alojamiento. Hay otro que también resulta perturbador, pero el nivel del cojín gatito es demasiado alto para poder ser superado. Por lo demás, hasta la fecha, el mejor baño de todo el viaje y una habitación aceptable.

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El que no escribe dice que tiene que hacer copias de seguridad de los 300.000 archivos generados que llevamos. Así que aprovechamos para descansar un poco mientras aseguramos las fotos.

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Salimos a pasear por Bayeux poco antes de las 18:00. Demasiado tarde para ir a cualquiera de los museos que nos han recomendado. La anfitriona del alojamiento hizo bastante hincapié en el de la Tapisserie (con su impresionante tapiz) y habíamos leído que también el de la II Guerra Mundial era interesante. Nos tuvimos que conformar con pasear por la ciudad.

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Bayeux fue un lugar que nos encantó, muy agradable para llegar por las tardes noches y perderse entre sus calles. Bayeux fue ocupada por los nazis en el 1940 y fue la primera ciudad liberada de la ocupación en la Batalla de Normandía, en 1944. Y fue el primer lugar donde De Gaulle dio su discurso de “Francia libre”

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En Normandía, es habitual encontrarte como un mismo espacio comparte banderas de diferentes países implicados en el conflicto bélico del que fue protagonista.

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De calle en calle llegamos hasta su catedral, originaria del s.XI. Desde fuera, resultaba impresionante y por dentro también nos encantó. No esperábamos nada especial de Bayeux, quizá eso influyó en la buena impresión que estábamos teniendo del lugar. Habíamos dejado atrás las ciudades y pueblos bretones, para dar paso a otro tipo de arquitectura que también nos resultaba muy atractiva.

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A la salida de la catedral, empezó a chispear. No hicimos mucho caso a esas gotas despistadas que iban cayendo cada vez con más intensidad, hasta que eso empezó a ponerse un poco intenso y acabamos refugiados al lado del río, bajo un árbol. Decidimos que era la hora de cenar.


En el hotel nos habían dado unas cuantas recomendaciones. Elegimos una de ellas que fue todo un acierto, si alguno paráis en Bayeux os lo recomendamos. Se trata de Le Volet qui Penche. Desde fuera parece una vinoteca, pero es más que eso, es un restaurante. No fuimos los primeros en sentarnos a cenar, había alguna pareja más y en 15 minutos el local estaba lleno (es pequeño).

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Nos atendieron en inglés sin ningún problema. Pedimos una tabla de quesos y embutidos para dos y una botella de vino recomendada por el camarero. Por cierto, una persona súper amable.

Nos estuvo comentando que Normandía no es zona de vinos, sino de sidra, de manzana y de pera. Y la conversación sucede similar a algo así “¿De pera? sí, ¿de pera, pera? que sí ¡de pera!, ah pues nunca la hemos probado, tendremos que volver”.

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La tabla muy muy abundante, 4 tipos de quesos, 6 tipos de salchichones franceses, jamón del país, mantequilla, cabeza de jabalí (o similar) y encurtidos. Todo riquísimo. Destacamos el Roquefort, la mantequilla, algún salchichón y, sobre todo, el pan, sí, el pan.

Cayó la botella entera. No la tabla, aunque estaba todo muy rico, era demasiado y dejamos algo de queso, poco, algo de cabeza de jabalí y jamón (este siempre nos sobra, fuera, claro, el ibérico nunca). Dos cafés y la cuenta: 65 euros. 

Cuando estábamos en la calle, justo en la puerta, vemos que sale el hombre. Pensamos que ha habido algún problema con la tarjeta o nos habíamos dejado algo, pero no, dice que volvamos a entrar, que tenemos que probar la sidra de pera ¿De pera? Síiii, ¡de pera!. Así que nos invitó a una copa a cada uno. Muy suave y buena. 

¿De pera? Síiii, ¡de pera! 

Como decíamos, una persona totalmente encantadora. Nos comenta también que a las 22:00 nos acerquemos frente a la catedral, a una plaza donde hay un árbol. Que allí va a haber un espectáculo de luz y sonido, algo nos había comentado también la mujer del hotel.

Y con la alegría que da el vino, el queso, la mantequilla y la sidra de pera (sí, de pera) nos vamos con los ojos vidriosos a buscar la plaza.

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Mientras cenábamos, la lluvia había sido intensa, pero a la salida había parado y todo el cielo estaba teñido de rosa. La luz, previa al anochecer, que iluminaba Bayeux era mágica.

En la entrada a la plaza del árbol, hay controles de seguridad que revisan mochilas. La alerta en Francia está siempre al máximo, cada vez que la visitamos, pillamos controles, aquí no los esperábamos. Bayeux no es una ciudad masificada, pero no bajan la guardia y no es para menos.


El espectáculo es precioso, en el árbol (tronco y hojas), se van proyectando imágenes acompañadas de música que representan la historia de Normandía. Lo disfrutamos muchísimo, nos emocionamos, nos divertimos, precioso. Mereció mucho la pena.

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Desde allí, ponemos rumbo al hotel, lo hacemos parando en diferentes rincones, sacando alguna foto nocturna y tocando la cama hacia las 00:30 de la noche. Cuando abrimos la puerta de la habitación y vi aquel cojín de gato de lentejuelas mirándome, pensé que igual tendría problemas para conciliar el sueño, pero en Bretaña y Normandía no hay elemento perturbador cuando tocas cama que pueda frenar el estado catatónico con el que llegas a dormir.

Al día siguiente Normandía tenía muchas cosas que enseñarnos…

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28 de marzo de 2019

17 días en Bretaña y Normandía. Día 11: Rennes - Vitré - Fougères - Mont Saint-Michel

¿Tienes planes hoy?
Ese día iba a ser el último en la Bretaña francesa. Once días atrás salíamos desde Madrid en coche, y 9 días atrás pisábamos por primera vez la zona de Bretaña. Aquel día iba a ser el último allí, ya por la noche dormiríamos en Normandía.

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Y para el último día bretón dejamos la capital de la región, Rennes. 

Rennes está a 42 kilómetros de Dinan, lugar del que partíamos. En llegar tardamos unos 45 minutos. Como nos suele pasar en las vacaciones de verano, casi todos los días 15 de agosto suele coincidir que estamos en alguna ciudad un poco más grande.

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En Rennes aparcamos en la plaza Lice, bastante próxima a la catedral y donde se ubica el mercado. Teóricamente, era una zona de estacionamiento regulado, pero al ser festivo estaba inoperativa.

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Rennes es la capital de la provincia de Bretaña, una ciudad que, el día en el que nosotros llegamos, estaba prácticamente vacía, pero no solo estaba vacía, estaba levantada como si fuera la Guerra de los Mundos. Nos quedamos totalmente ojipláticos. Todos los locales comerciales cerrados y los habitantes, o de vacaciones, o encerrados en casa. Apenas 5 turistas despistados nos íbamos cruzando de vez en cuando entre las obras.

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A la catedral de Rennes no pudimos entrar, estaba totalmente vallada y el acceso cerrado. Las calles que rodean esta zona está lleno de contrastes. Casas de entramado de madera, que datan de los s.XV y XVI, algunas en un estado de conservación no demasiado bueno, pero que las dota de un encanto especial y, a la vez, muchísimas pintadas y graffitis en las zonas bajas, con poco valor artístico. Una sensación un poco rara que, probablemente, se veía acentuada al tratarse de un día festivo.  El hecho de que hubiera tan poco ambiente le daba un toque un tanto decadente que, como suele pasar muchas veces, resultaba bastante fotogénico.

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Descartada la catedral como visita, decidimos dejarnos llevar por el casco histórico y ponemos rumbo hacia el Parque Thabor (Parc du Thabor). Entramos por la puerta que hay al lado de la Iglesia Saint Melaine y, a falta de catedral, decidimos entrar para verla, pero están en oficio, así que con las mismas que abrimos la puerta la cerramos. Estaba claro que no era día para visitar templos. 

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Los Jardines Thabor son los más populares en Rennes, inicialmente, eran los jardines de la Abadía a la que pertenecía, la Iglesia que os comentábamos. Posteriormente, hacia el s.XVII, se abrió una parte de ellas al público masculino. Sí, solo al masculino.

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Hoy en día, el parque es de acceso público, 10 hectáreas en las que se encuentra un jardín botánico, una zona de aviarios, fuentes… 

En la zona de la Orangerie, se encuentran los invernaderos, rodeados por un montón de flores de colores. En su conjunto, un lugar agradable para dar un paseo en la ciudad. 

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A la altura de los invernaderos, decidimos salir por una de las puertas (del total de 6) que tiene el parque. 

Desde allí, pusimos rumbo hacia la zona del río y, en el camino, nos cruzamos con el Palacio de San Jorge (Palais Saint-Georges). Es un edificio que difícilmente pasará inadvertido, un edificio de corte palaciego aunque nació como abadía. Delante del mismo, unos bonitos jardines. Actualmente, alberga oficinas de la administración y los bomberos, pero en ese enclave, desde el s.XI, una Abadía fue la protagonista.

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En la fachada del edificio, se puede leer Madelaine La Fayette, esta fue una de las abadesas que en el s.XVII encargó a un arquitecto la construcción del nuevo edificio y demolición de parte del anterior.

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En apenas unos minutos, llegamos al margen del río La Vilaine, un nuevo Rennes se abre ante nuestra vista. Edificios imponentes, el Museo de Bellas Artes, junto al otro lado del río, por ejemplo. O según vamos avanzando, llegamos a la Plaza de la República, presidida por el Palacio del Comercio.

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Desde ahí, nos volvemos a meter hacia el interior por una de sus calles comerciales, la Rue d’Orleans. Esta vía nos lleva directos a la plaza en la que se ubica el Ayuntamiento y la Ópera.

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Esta zona de Rennes se caracteriza por una arquitectura de corte clásico. Encontramos un poco más de gente por aquí, pero como bien estaréis viendo en las fotos parece que la ciudad es nuestra.

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Si hay una imagen típica de Rennes es la de la Plaza del Champ-Jacquet, con sus casas típicas de entramado de madera, muy bien conservadas, que habitualmente tienen terrazas bajo ellas donde la gente disfruta del tiempo día. Y decimos habitualmente, porque eso hemos leído, ya que cuando nosotros fuimos, ahí estaban para que las pudiéramos fotografiar sin dificultad ninguna, porque “ni Peter” había allí. 

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Y volvemos al casco histórico que parece que empieza a despertar y, como por esos lares se come pronto, vemos a gente que se sienta a tomar algo en las terrazas. La Place du Sainte Anne, es otra de las plazuelas pintorescas de Rennes.

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En ese punto, damos por finalizada la visita a la capital bretona, una ciudad actualmente de carácter universitario, que goza de fama animada y que en nuestra visita parecía anestesiada. Una ciudad que se reparte entre una arquitectura clásica, de amplias avenidas y edificios señoriales, con un casco histórico tortuoso que entremezcla casas de entramado, calles adoquinadas, pintadas, presente y pasado entremezclado.

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Desde Rennes, vamos a Vitré en poco más de media hora. 

Vitré es otro de los pueblos bretones que nos pareció que tenía estampas de cuento. Por lo visto nunca se acaban en esta región, coges una carretera y, tarde o temprano, siempre aparece uno que se cruza en tu camino.

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Aparcamos en zona azul, frente a la estación de tren, pero como es día festivo, está, de nuevo, inoperativa.

El que no escribe debería llevar instalada alguna app para encontrar baños públicos cuando estás de viaje, porque me da mucha guerra y me hace pasar mucho estrés. Parecemos perros de caza cuando entra en estado de emergencia. Y así estuvimos un rato, íbamos a entrar a tomarnos algo en algún sitio y aprovechar para ir al baño, pero lo que había a nuestro alcance era una panadería sin baño. Finalmente, en un edificio frente a la estación de tren había baños.

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Una vez pasada la situación de emergencia, y viendo que todo estaba bastante cerrado, decidimos comprar un bocadillo y un Croque Monsieur para tomar un tentempié. 

Al poco de adentrarte por el centro de Vitré, de nuevo, vuelves a quedarte anonadado, esas calles tan bonitas, empedradas, peatonales. Una lugar con más de 1.000 años de historia y una estética medieval sin igual. Allí, nos sentamos en un banco para nutrirnos, rodeados de esa imagen y con un silencio absoluto. Pues sí, ahí estábamos, se supone que en un lugar muy turístico más solos que la una. 

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Después de comer, vamos descendiendo la calle que lleva hasta el famoso castillo de Vitré. En el trayecto casi todo sigue cerrado, pero se veía precioso. En un escaparate, algo que no sabemos si es un cojín o un peluche está bajo los rayos del sol panza arriba. Me acerco al escaparate para comprobar si cabe la posibilidad de que sea un ser vivo, y sí, un gato descansa plácidamente como si fuera parte del atrezzo. Está tan quieto que me tengo que fijar en el ligero movimiento de su abdomen para comprobar que vive, y si vive en esa posición, en ese lugar y en ese momento es que tiene que ser feliz.

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La imagen clásica de Vitré es este esquinazo que parece aunarlo todo, el castillo y las casas irregulares que lo bordean. Nosotros, aquel día, decidimos no entrar al castillo. Aquella noche dormíamos en un nuevo alojamiento, muy próximo a Mont Saint-Michel y teníamos que registrarnos antes para acercarnos al atardecer al monte, así que decidimos prescindir de la visita al castillo. Ahora, desde fuera, nos pareció una estampa preciosa.

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Como habíamos atravesado el pueblo por el centro, decidimos que para volver al coche lo haríamos bordeándolo, para ver si encontrábamos alguna sorpresa. A ver, sorpresas, sorpresas no encontramos. Algunas personas que nos miraban un poco raro y nos llegaron a dar hasta cierta desconfianza, pero no fueron más que percepciones.

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Otra media hora a Fougères, última parada bretona del viaje. Dicen de esta ciudad que es la mayor fortaleza europea. Desde la distancia se observa y resulta imponente.

Estacionamos en la plaza Douve, de nuevo exentos de pagar por festivo, y lo primero que hacemos es nuestra tradición de “viejóvenes”, tomarnos el café de después de comer para reconstituirnos. Veinticinco minutos sentaditos en el Café París hicieron la magia esperada.

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Y comenzamos el paseo por Fougères con dirección a los Jardines Públicos. La vista desde allí de la parte más medieval de Fougères es fantástica. 

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Desde allí, vamos caminando hasta las murallas, perfiladas por el foso y la puerta de entrada. Pasamos por el molino y comenzamos a callejear por el centro de Fougères hasta coger una especie de sendero.

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Un sendero que no sabemos cómo, antes de darnos cuenta, nos devuelve al mismo lugar en el que habíamos estacionado el vehículo. Nos quedamos pasmados. Miramos el reloj y, teniendo en cuenta el tiempo que nos llevaba llegar al Mont Saint-Michel, pensamos que lo mejor es poner rumbo hacia allí.

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Lo primero era ir al alojamiento. Lo del alojamiento en el Mont Saint-Michel es complicado. Alojarse en el interior supone un desembolso importante y la relación calidad-precio no parecía muy satisfactoria, pero, por otro lado, alojarse en la zona de Mont-Saint-Michel (alrededores) nos parece muy recomendable. Al ser un destino tan particular nosotros decidimos que queríamos tener la oportunidad de conocerlo tanto de tarde-noche, como de día. Así que, buscando y mirando mucho, encontramos un alojamiento que resultó ser uno de los más graciosos, surrealistas y divertidos de todo el viaje.

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El alojamiento es La Mare aux Anglais. Por las imágenes de Booking no nos quedaba muy claro el tipo de alojamiento que era, pero las opiniones eran buenas y ya. Desesperados, reservamos sin darle muchas vueltas. Se encuentra en coche a unos 5 km del monte, del aparcamiento a menos. Aún así, son 5 porque hay que seguir la carretera, porque desde la misma calle donde está se ve perfectamente. También se puede ir andando en unos 30 minutos, atravesando el campo. Eso nos dijeron, porque nosotros, tanto de día como de tarde-noche, lo hicimos en coche. Para andar tenemos la cinta del gimnasio… así somos.

Pero vamos al tema, cuando llegamos alojamiento nos equivocamos de casa. Es una calle donde hay unas casitas bajas, ninguna con carteles visibles y las coordenadas nos plantaron en la puerta de la equivocada. Pero pronto nos aclararon donde teníamos que ir, justo enfrente.

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Este alojamiento no es una habitación, es una especie de casita anexa a otra. Nos hizo muchísima gracia porque estaba rodeada de una valla de tablones de madera que te llegan a mitad del muslo. Allí nos recibió un matrimonio de británicos. Nos dan las llaves y entran con nosotros a enseñarnos ”La casita de los Alpino” o “de Pinocho”, tal y como la bautizó el que no escribe. 

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Nada más entrar, un salón con chimenea, un microondas, todo muy de cabaña, y unas escaleras de madera con una pendiente del 30% de escalones para pies liliputienses, con una soga amarrada a la pared para ayudarte en la subida. Efectivamente, hay que subir, porque arriba nos esperaba la habitación abuhardillada, toda forrada de madera, con su estantería con la enciclopedia, por si nos surgía alguna duda existencial en nuestra estancia. Y una puerta que nos abren amablemente y muestra una cosa a la que llaman “baño”. El baño no tendría de alto más de 1,60, con el techo abuhardillado también. El que no escribe entra como Quasimodo. En el interior, un lavabo, en el que hay que estar agachado, al menos el que no escribe, y un inodoro. Es pequeño, sí, pero han conseguido meter también una cama supletoria plegada, es impresionante. Eso sí, ni rastro de ducha. Empiezo a sentir taquicardias… Si hay un requisito indispensable en nuestro viajes es baño privado.

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El baño, además, está forrado de madera, para favorecer la amplitud, ya sabéis. Y sobre la madera, cientos de carteles sobre todo lo que NO se puede hacer en él. Por si acaso no lo hemos visto, el matrimonio nos deja bien claro que ahí solo “organic things”, mientras acompañan las normas con variados gestos. Me cuesta mantener una cara normal durante lo que dura todo ese rato, que es bastante. Estaba entre el llanto de la risa y del drama de no ver una ducha.

Finalmente, nos dicen que la ducha está abajo, en un baño al que se accede por un patio que da a un jardín donde canta un gallo. El que no escribe le dice que en la descripción ponía que tenía baño, y el hombre, amante de la literalidad, dice que tenemos baño privado, que es solo para nosotros, solo que está abajo. Bueno, abajo y atravesando el aire libre. Y allí nos lleva, al baño, el baño con una puerta de cristal al patio. Nos dice que allí hasta hay un jacuzzi y que curiosamente linda con su cocina a través de otro cristalito. Muy íntimo todo. Vale, definitivamente, me da la risa.

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Después de este showroom, nos cuentan su vida, que viven allí, que ella es francesa y él británico, que al día siguiente tienen médico, así que nos dejaran el desayuno preparado y bla bla bla. Cuando salen por la puerta brotamos en un ataque de risa mientras decidimos qué subir arriba o no. El que no escribe decide subir al super baño y colocar alguna maleta y yo me quedo abajo cuando empiezo a escuchar… kikirikiiii, beeee, beeeee, los beeee se multiplican. Salgo de la casita de Pinocho a nuestra parcelita a mirar y veo que nuestro coche está totalmente rodeado por cientos de ovejas, un par de perros, un pastor y la comitiva va escoltada por un tractor. Ni me muevo, la nube de polvo me invade y me río sola, cuál loca sacada de una peli de terror. Me pregunto si podremos sacar el coche de ahí. El que no escribe se pierde el momento…

Decidimos subir lo justo y necesario a la habitación ¿Subir? más bien tirar. Uno se queda arriba y el de abajo va lanzando la ropa, cargadores… Suena rudimentario, pero no estábamos por la labor de subir y bajar por esa escalera más de lo absolutamente imprescindible.



Serían las 19:00 cuando decidimos salir hacia el aparcamiento. Os dejamos una foto con las tarifas en verano de 2018 del aparcamiento. Lo podéis ver en el cartel, pero lo destacamos, a partir de las 19:00 horas el aparcamiento es de 4,40 euros, independientemente del tiempo. Con el ticket del aparcamiento se puede coger el autobús que lleva hasta la puerta del Mont Saint-Michel y también se puede ir andando.

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Nosotros decidimos coger el autobús y menos mal, porque es un paseo importante que no aporta nada. La luz de la tarde estaba chulísima y yo debo de reconocer que, mientras que la mayoría de la gente llega allí con muchísima ilusión, iba sin demasiadas expectativas. Y no hay un motivo claro, simplemente, porque supongo que a todos nos pasa que hay destinos que sin haber ido no resultan tan atractivos como lo son popularmente. Vale, pues me encantó… Destino popular que inicialmente no me llama me acaba encantado, ejemplos previos Nueva York o Venecia, como más representativos.


Recomendamos, para cuando planifiquéis la visita, que miréis los horarios de la marea. Un par de días antes había habido pleamar total, una de esas super mareas en Mont Saint-Michel. A ella no llegamos, pero aquella noche a las 23:09 se esperaba marea alta total. Cuando llegamos, era difícil pensar que en 4 horas todo eso se fuera a cubrir de agua.

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Ya os podéis imaginar el tiempo que estuvimos dentro haciendo fotos. Nos parece muy buena hora para visitarlo. Además, en verano, al menos el año pasado, la Abadía estaba abierta hasta las 00:00. Nosotros decidimos dejarla para la mañana siguiente y aquel día simplemente disfrutar de los exteriores, tanto fuera de la muralla como del interior.

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Confesamos que también teníamos intención de probar la famosa tortilla de Saint-Michel para la cena. Pero entre unas cosas y otras no encontramos el lugar. O los locales más conocidos estaban llenos, o el resto estaban completamente vacíos. Y no vimos la luz, así que acabamos comprando unos sandwiches y unos helados y nos los comimos sentados en las murallas, mientras el sol se iba. Y os diremos que esta cutrería de cena tuvo su encanto

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Hacia las 20:30-21:00 de la noche, el Mont Saint-Michel, a pesar de ser agosto, estaba bastante tranquilo. Se podía caminar tranquilamente, sacar fotos, parar en los rincones. Nos acordábamos mucho de nuestro trípode olvidado en Burdeos, porque la iluminación si que es bastante escasa.

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El interior es muy pequeño. Escaleras que suben y bajan, una calle principal de la que asoman diferentes rincones y unas murallas practicables que durante el paseo nos permitían ver lo rápido que el agua iba aproximándose.

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Y sí, desde dentro fuimos viendo cómo se cubría el exterior y, antes de que la marea subiera más, decidimos salir al exterior. 


Entonces la noche era cerrada y se escuchaba como el agua rompía muy cerca de nosotros. El Mont Saint-Michel estaba rodeado de agua y los que querían salir tenían que quitarse los zapatos para poder hacerlo, porque bajo la puerta de entrada, el agua, la espuma, les llegaba a las espinillas. Nos llamó mucho la atención cómo se hizo el silencio…

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Desde luego, que algo especial tiene ese lugar, no sabría muy bien qué es exactamente, pero podemos recordar perfectamente lo felices que nos sentíamos aquella noche allí. Muy cansados también, pero nos costaba irnos. El cielo estrellado, el sonido del agua y la sutil iluminación del Monte nos tenían hipnotizados. Bueno vale, el que no escribe también estaba muy persistente tirándose al cachito de suelo seco intentando estabilizar la cámara para sacar una foto. A esas horas, yo con tenerme en pie tenía suficiente.

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Fue un día muy intenso, muchas horas sin parar de lado a lado. Llegamos a “la Casita de Pinocho” hacia las 00:30 más o menos. Cuando abrimos la puerta y vi la soga esa para agarrarnos y subir las escaleras creí que no era tan mala idea dormir abajo sentada en una silla. 

Al día siguiente volvíamos al Mont Saint-Michel, os contaremos la experiencia diurna, que es bastante diferente, y nos centraremos un poco en su historia, que hoy, si no, se alargaba mucho más esto.

¡Ya estábamos en Normandía! Y en Normandía, el turismo está muy ligado a la II Guerra Mundial. Viajar a Normandía te hace, sí o sí, sacar del libro de texto lo que tanto has estudiado para interiorizar e impactarte más de lo que esperas de los hechos históricos. Al día siguiente, además, del Monte, comenzaríamos a adentrarnos en esto con unas visitas muy especiales

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